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Aquellos autitos (cuento corto)

Inspirados por las llegadas a San Rafael de los Grandes Premios de Turismo Carretera en los años sesenta, en el verano las carreras de autitos en patios y veredas se subían al podio del ranking lúdico.

A los autitos de plástico Valiant II los chicos les sacaban guardabarros y, con un cuchillo caliente, moldeaban lo que quedaba para darle un toque de Cupecita.

Valiant II. Foto: Carburando. 

Otra opción era comprar autitos de TC (de los años cuarenta) y Monopostos de F2.

En todos, para que tuvieran tenida, la parte interior se rellenaba con masilla de carpintería. Algunos, más sofisticados, les atornillaban una planchuelita de plomo.

55 años después, la masilla intacta.

Hacer una traza no era difícil; bastaba con una idea de circuito dibujada por un azadón que, al mismo tiempo que emparejaba, delimitaba.

Pero era tierra y las tormentas de verano borraban en minutos el diseño por lo que surgió una idea superadora: hacer un autódromo.

El Ramón era un pibe bárbaro: estudiaba y trabajaba con el padre en la construcción. De él fue la idea de un autódromo; sabía cómo mezclar los materiales para pavimentar. Lo que más tiempo llevó fue encontrar una foto de algún circuito.

Un día, el Piro llegó exultante; en el almacén le habían envuelto lo comprado en hojas de la revista Automundo y allí estaba la foto de un autódromo. Nunca nos importó cuál era; tenía todo lo que necesitábamos ver: rectas, curvas y contra curvas unas más cerradas, otras no tanto. ¡Bárbaro!

Con el croquis en mano lo hicimos en el fondo del patio del Ramoncito. Bah, en realidad lo hizo él; los demás brindábamos apoyo logístico…

¡Qué felicidad teníamos cuando, a los días, fraguó! ¡Si hasta tenía un badén al que se le echaba un poquito de agua! Pero faltaba algo y la frutilla del postre fue agregarle un puente aéreo; ahí, nuestro “ingeniero” usó, además de cemento, cal y arena, un poquito de ripio y hierritos.

Mientras pensábamos cómo sería la inauguración, el Tito tuvo una idea brillante: con un palito de escoba, plano en la punta, pintaba en los autitos nombres de piloto y acompañante, número y publicidades. A falta de pintura, los esmaltes de uñas de mamás y hermanas nos fueron muy útiles.

Los últimos retoques estuvieron relacionados con la ornamentación; en los costados, yuyitos, palitos con trapitos cortados como banderitas y cartelitos de YPF que regalaban en el ACA.

Con Chiche y Cacho como comisarios deportivos, el 24 de diciembre de 1965 lo inauguramos con una Carrera de F2 y otra de TC.

Siete u ocho manos impulsaban sus bólidos según la extensión del brazo. Algunos se tiraban de panza para acompañar más trecho al recorrido. “¡Hugo! ¡Delfín! No hagan Chape”.

¿Quiénes ganaron? En esa víspera de Navidad, todos.

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Por Roberto Armando Bravo.

2 Comments

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  1. Muy bueno Roberto, que tiempos aquellos en donde si buen es cierto que la escuela era muy importante, nos dedicábamos a que el juego y la diversión ocuparan su lugar, sanos, divertidos y si bien habían algunos roces, eran muy superados.
    te felicito por tu memoria y poder plasmarlos en nuestras historias de niños adolecentes.

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