La vida de cualquier hombre está signada por la impronta de ellas.
Una mujer le dio amor inmenso, las primeras caricias, el alimento; curó sus lastimaduras físicas y espirituales y siempre estuvo atenta a sus necesidades, de la naturaleza que fueren.
Después llegó una muchacha mágica que le hizo despertar sentimientos únicos: corazón y piel. A tal punto que le acompañó recorriendo el mismo camino. Y nacieron los retoños que lo convirtieron en padre.
Más tarde, los capullos le despertaron otros sentimientos que, aunque distintos, fueron igualmente intensos.
Y el ciclo se volvió a repetir transformándolo en un padrazo atento y entrañable.
Si un sexo le debe respeto a otro, es el masculino al femenino.
Un hombre de verdad lo sabe y obra en consecuencia en este y todos los días. En cualquier circunstancia. Siempre.
Por Roberto Armando Bravo.