Nadie duda que la lectura sea uno de los pilares fundamentales de la educación. Como tal, es necesaria desde un comienzo. De ese modo va generando una costumbre creciente. También abarcadora para cuando comienzan a perfilarse las preferencias.
Y vaya si brinda opciones: el arco se extiende desde los clásicos de la literatura universal a los libros de novelas, diarios, revistas de actualidad, aventuras, deportes y demás. Ese abanico satisfará una diversidad de preferencias.
Y todo está al alcance de los ojos y, si así no fuera, las autoridades educativas deberán posibilitar que las escuelas tengan material en cantidad y variedad.
La otra pata tiene que ver con los contenidos escolares: es menester que los alumnos vuelvan a leer en clase ya no como una práctica más sino como un subtema a calificar dentro del conjunto que conforma la enseñanza de la lengua.
Si estas propuestas se materializan, en un tiempo que no será corto (tampoco largo) nos volverá a dar gusto sentir a un escolar expresar un texto con seguridad; no solamente diciéndolo, si no también interpretándolo.
El hecho concreto es que una calidad educativa solo será una frase, un pregón, una promesa, si no se retorna a las fuentes.
Por Roberto Armando Bravo.