En la cabeza de los hinchas más consecuentes rondaba la idea de organizarse y formar un grupo homogéneo.
La reuniones se sucedían, la mayoría, en lo del Tranco ˈe León, que era el vozarrón cantante junto al Empanada Núñez, el Bruja Encinas y el resto de la muchachada (que tenía origen, en un noventa y pico por ciento, en Pueblo Diamante).
Y una noche de tantas lo decidieron: comenzarían haciendo rifas, vendiendo empanadas, tortas fritas (o lo que fuera) para poder afrontar los costos de los viajes porque, en el Gigante habría lleno total, pero al equipo había que hacerle el aguante “vaya donde vaya”.
Eso fue lo más importante aunque, en realidad, nada quedó librado al azar: había integrantes que tocaban (y tenían) distintos instrumentos musicales para ponerle música a algo innegociable: el aliento permanente, del corazón, sin condicionamiento a los resultados.
Ni hablar de los bombos (claro que había una diferencia: para darle a los parches solo se necesitaban ganas). Como si tuvieran que enfrentar una batalla épica, también se confeccionaron banderas y estandartes.
“Los Corazones del Globito” se constituyeron en algo importante: eran la expresión tribunera que tenía Huracán de local y visitante, brindando una buena, colorida y sonora imagen.
Por Roberto Armando Bravo.