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Palomas

Estas aves están ligadas a la historia de la humanidad. Cuando ni existían los mensajeros (en nuestro país chasquis) eran el nexo entre personas llevando escritos de variado contenido, más allá que la ficción generalmente pusiera el acento en las esquelas de amor.

Con el correr de los años, su sentido de la orientación fue mejorando por el adiestramiento de hombres que recibieron el nombre de colombófilos. Al tiempo, ello generó una actividad cuasi deportiva de auge hasta los años ochenta.

También fueron la musa inspiradora de poesías y canciones: en los años veinte, Carlos Gardel entonaba Blanca Palomita, en los cincuenta, hacía furor la mexicanísima Cucurrucucú Paloma y, ya en los setenta, el español Pablo Abraira hacía famoso al tema Gavilán o Paloma.

El cine no ha sido ajeno y, en innumerables películas, hay escenas que las tienen como protagonistas.

Lo romántico desaparece de un plumazo cuando se advierten tantos lugares «decorados» por el excremento de las palomas. Más aún cuando uno sabe que, cuando se convierte en polvo, si el animal está enfermo puede transmitir al ser humano la Psitacosis, enfermedad infectocontagiosa (similar a la neumonía) que suele dejar como secuela males respiratorios crónicos.

Antes, las palomas estaban en los campanarios de las iglesias, plazas, cementerios y no más. Hoy, además, habitan en las partes altas de no pocas viviendas.

¿Se podrá hacer algo que compatibilice la salud humana con la integridad del animal?

Por Roberto Armando Bravo.

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