Qué fácil sería todo si cada uno hiciera simplemente lo que le corresponde.
“Es que somos argentinos” (“O latinos”) se esboza como justificativo de las desobediencias. “Ellos (por los europeos, por caso) son… ¿Viste?…” argumenta otro pensamiento sesudo (quiere significar seriedad).
Resulta que el quid de la cuestión no pasa por la rebeldía o debilidad de los habitantes de los distintos continentes.
Ellos y nosotros tenemos leyes. Cada pieza legal, más allá de las diversas valoraciones, se ha hecho para respetarla. No valen excusas como “está mal hecha”, “no soluciona nada”, “habría que cambiarla”. Si de esto último se trata, hay que ejercer el derecho constitucional de peticionar a través de nuestros representantes (legisladores provinciales o nacionales, concejales).
Otra opción es la recolección de firmas para que se dé el tratamiento en el recinto que corresponda. Mientras ello no ocurra, nos guste o no, debemos respetar lo que rige el comportamiento social. Es impropio de la conducta humana vivir sistemáticamente transgrediendo normas impuestas.
Lo peor es que, en la mayoría de los casos, no hay fundamento para el rechazo ni opción para el cambio; se contradice porque no es afín a los intereses individuales, simplemente.
Debemos creer que es posible que algunas quimeras dejen de serlo. Un buen comienzo es una respetuosa concientización boca a boca.
Por Roberto Armando Bravo.