Calle Ayacucho, cerquita de la cancha del Azuloro. Los ravioles de la vieja se han consumido con fruición en la casa del Gordo Rodríguez; bonachón y calentón, plomero de profesión.
Es domingo por la tarde y cada uno se apresta a sacarle el jugo a lo que queda del día más esperado. El Coneja y el Héctor (ciclistas de muchas hazañas) saldrán junto a otros muchachos a darle al pedal para despuntar el vicio.
El más chico, Omar, acaba de llenar la bolsita de mandarinas, llega a la Mitre y enfila hacia el Gigante de Pueblo Diamante. A su paso, recibe los saludos de quienes llevan el mismo rumbo, bocinazos y un “¡Chau Omar!” que sale cada tanto del interior de los autos.
Así hasta llegar a la entrada que franquea sin inconvenientes porque ¿Quién va a pedirle boleto al Omar?
Una vez adentro, pasará por la cantina e ingresará a vestuarios donde se confundirá en un abrazo con los jugadores que van llegando. Después, el ritual: emerge su figura por la boca del túnel, agita los brazos y “levanta” a los hinchas en la tribuna popular este (la que hoy lleva su nombre). Hay clima. Si hace falta, volverá en el entretiempo; mientras tanto, andará de aquí para allá, alentando, con la oreja pegada al transistor para no perderse lo que digan por la Radio.
En la historia del fútbol sanrafaelino, hubo casi tantas mascotas como equipos: Omar Rodríguez, en particular, vive en el recuerdo de todos.
El recuerdo de Huracán
A través de sus redes sociales, el club recordó a Omar Rodríguez.
Por Roberto Bravo.
Muchas gracias Roberto, hermoso lo que escribiste. Viví siempre cerca de su casa y me casé con una de sus sobrinas. Nadie vivía el fútbol como el. Un GRANDE con todas las letras