in

Cada hombre conserva algo de niño

O cada mayor guarda cosas de su infancia. O, en algún momento de la vida adulta, es necesario hacer alguna que otra chiquilinada.

Los psicólogos tal vez dirán que “es una forma de evadirse”. Y nadie los contradecirá. El hombre común interpretará que una vida exigente pide a gritos una liberación. Que la presión es tan alta que necesita un escape. Por ahí parece ir la cuestión. Y por aquello de ¡qué lindo ser niño!, también.

El mismo hombre ha complicado demasiado su existencia corriendo permanentemente detrás de lo material. En el camino ha perdido cosas que de tan importantes resultan irrecuperables: tiempo con sus hijos para querer, educar, guiar y proteger. Con su pareja para repetir los momentos que forjaron la unión, tiempo con los amigos.

Los hombres que han tenido una infancia feliz (¡qué afortunados!) en algunos momentos expresan acciones lúdicas aunque el cuerpo poco aguante. Lo necesitan.

La reflexión viene a cuento de aquel entrañable personaje de las tiras de los diarios llamado Don Fulgencio (el hombre que nunca tuvo infancia). Su creador, Lino Palacios, se inspiró en un hombre de la vida real para crear al personaje. El dibujante había descubierto a un hombre tan serio como solemne que vendía Biblias. Eso sí: cuando nadie lo observaba, jugaba a hacer payanitas con una caja de fósforos de cera.

Más allá de la ficción, Lino Palacios, supo que ese, y todos los hombres, guardan algo de la niñez.

Si bien los grandes tienen la obligación de andar por la vida sin cometer zonceras, de vez en cuando no viene mal una regresión.

Por Roberto Armando Bravo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Las sanciones en la «A» y la «B»

Comienza la 7ma Fecha