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¡Gracias don Roque!

Hoy, que tenemos la formidable oportunidad de votar para elegir gobernantes, recordamos a Roque Sáenz Peña, autor del proyecto de Ley Electoral.

Porque enfermó y murió un par de años más tarde, ese fue el corolario de la vida de un hombre extraordinario. Antes, fue doctor en leyes, militar de causas justas latinoamericanas (participó en la guerra del Pacífico y fue prisionero de Chile), legislador, diplomático, fundador de un periódico para expresar sus ideas, viajero constante y habitante de otras naciones. Su amor por la patria grande lo llevó a defender en un Congreso Panamericano (en Washington) la autodeterminación de los países latinoamericanos y a rechazar el proyecto estadounidense de unión aduanera y moneda única: la doctrina Monroe («América para los americanos»).

Más tarde, en su permanencia durante un par de años en Europa apreció la ventaja de las leyes electorales en las sociedades modernas.

El 12 de junio de 1910 el Colegio Electoral lo eligió presidente de la Nación. Por sus ideales de justicia y equilibrio, era el hombre indicado para manejar tiempos de mucha agitación social. Uno de sus primeros actos de gobierno fue reunirse con el caudillo Hipólito Yrigoyen; del encuentro surgió un compromiso: el líder radical abandonaría sus acciones revolucionarias y el mandatario impulsaría la ley electoral.

Con la colaboración inestimable de Indalecio Gómez (Ministro del Interior) elaboró el proyecto de Ley de Sufragio que proponía un nuevo padrón basado en los listados del enrolamiento militar y el voto secreto y obligatorio para todos los mayores de 18 años de edad. En la presentación ante el parlamento expresó: «He dicho a mi país todo mi pensamiento, mis convicciones y mis esperanzas. Quiera mi país escuchar la palabra y el consejo de su primer mandatario, quiera el pueblo votar». Pronto, ambas cámaras aprobaron lo que se dio en llamar la Ley Sáenz Peña.

La herramienta legal ponía fin al fraude y fortalecía la democracia al posibilitar la expresión de fuerzas políticas opositoras sistemáticamente marginadas.

103 años después seguimos diciendo ¡Gracias don Roque!

Por Roberto Armando Bravo. 

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