No es para cualquiera. Hay que reunir una serie de condiciones. La primera, e indispensable, es la honestidad. Una imagen limpia otorga verdadera autoridad.
Luego podría citarse la idoneidad porque se necesita conocimiento y criterio para conducir.
No menos importante es la humildad. Si no se nace con esa virtud se redoblan los esfuerzos por alcanzarla. Es cuestión de proponérselo a sabiendas de que uno de los defectos que suele generar el poder es la soberbia.
La altanería agrede y genera un clima poco propicio. Además, en el caso que nos ocupa, es equivalente a un pobre intelecto. Es más inteligente saber escuchar, analizar y corregir si es necesario. Eso no debilita a nadie; por el contrario, fortalece.
Hay una patología llamada Síndrome de Hubris, el mal de los que creen saberlo todo.
La también denominada enfermedad del poder se nutre, asimismo, de narcisismo, exagerada valoración de acciones propias, pérdida de contacto con la realidad, agitación, imprudencia e impulsividad.
El poder no es para cualquiera: quien lo ostente debe saber qué hacer con él.
Por Roberto Armando Bravo.