En el siglo anterior, vecinos y amigos se juntaban a tomar el té para lo cual se convocaban formalmente. No solo era cosa de mujeres. Quedó para la posteridad, una esquela del Dr. Teodoro J. Schestakow a su amigo José Martín Petricorena para tal fin. En otros niveles sociales (y sin escritos de por medio) el encuentro era para una mateada. De un modo u otro, la gente estimulaba el contacto personal.
A todo ello fue sepultando la tecnología. Paradójicamente, algo que trajo enormes beneficios para el ser humano, también atentó contra él. El principal sustituto del vínculo fue el teléfono que dejó de lado no solo los avisos sino también las reuniones mismas.
Y aquel aparato que primero funcionaba dándole manija, golpeando la horquilla o discando, se fue superando a sí mismo hasta llegar al móvil. El sistema asestó otro golpe: generó adicción a millones de personas en el mundo. El celular pasó a ser una extensión de la mano, cuasi una prótesis.
El uso indiscriminado también fue sustituyendo los momentos individuales necesarios para pensar y reflexionar.
Lo mismo trajo aparejado Internet, exactamente.
No hay duda que, también, estamos en la cresta de la ola por lo que existe el componente de la moda. Vendrá un tiempo de uso razonable. Seguro. Seguro porque, entre otros motivos, no hay nada que sustituya los apretones de mano, abrazos, besos, palabras y miradas, partes esenciales del espíritu.
Por Roberto Armando Bravo.