Descolgamos la última hoja del calendario con enormes expectativas. Es poco probable (y lo sabemos) que ese hecho de por sí influya en nuestro destino.
Al mismo tiempo somos conscientes que, en definitiva, solo se trata de una cuestión de números: 1 x 31, 2017 x 2016.
Lo cierto es que cada Año Nuevo lo vivimos esperanzados. Y pidiendo. Y ¿Qué hay de dar? No existe mucho compromiso con ello. En una semana se esfumaron los buenos propósitos expresados en la Noche Buena.
Por aquí hay una sentencia a la que no la erosiona el paso del tiempo: «para cosechar, primero hay que sembrar».
Sería bueno que, en el año que se avecina, plantáramos semillas de verdad, cumplimiento y ética. Cuesta más mentir que no hacerlo, transgredir que observar, especular que ser claro.
Asimismo, debiéramos preguntarnos si ayudamos con acciones favorecedoras del bien común, o simplemente somos los individualistas del «Sálvese quien pueda».
Todas las sugerencias rozan la utopía, es cierto. Ahora, si queremos que todo mejore debemos comenzar por cambiar nosotros.
¿Por qué no intentarlo en 2017?
Por Roberto Armando Bravo/Roberto Bravo.