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Cuento: El fútbol es más fuerte

El domingo 20 de julio de 1969 amaneció luminoso y muy frío en San Rafael. Pero ¿¡Quién iba a hablar del tiempo!? El tema del día, in crescendo desde el miércoles, era la llegada del hombre a la Luna.

A eso de las cuatro de la tarde estaba previsto que la nave Apolo 11 “Alunizara” como habíamos aprendido a decir; más tarde el hombre pondría sus pies “en la Superficie Selenita” (otra frase incorporada a nuestro vocabulario). Para las 15.00 H., Canal 6 comenzaría la transmisión en directo del acontecimiento, tomando la señal de Canal 13 de Buenos Aires.

La expectativa era tremenda. Aquel hecho (cuasi Ciencia Ficción) dejaba abierta de par en par la puerta de las fantasías. Abundaban interrogantes como ¿La Apolo no le quitará brillo a la Luna?… ¿Y si los “Marcianos” la atacan? (“Marciano” era cualquiera que pudiera vivir “allá arriba”). Menos tremendistas, algunos fabulaban con que los habitantes de la luna serían tipos macanudos que habrían conformado un comité de bienvenida, y brindarían con Armstrong, Collins y Aldrin.

Así las cosas ¿alguien podría pensar en otra cosa que no fuera eso? Aunque parezca difícil, sí. Por ejemplo, un grupo de pibes del secundario jugarían un partido de fútbol. Pero no era cualquier partido: este enfrentaba a los de tercero “A” con los de tercero “B” y ese cruce generaba tanta rivalidad como cuando los del centro se medían con los de los barrios o estos chocaban entre sí (Pueblo Diamante – Pueblo Quiroga, por caso).

La cosa entre “A” y “B” se iba a dirimir en la canchita de La Departamental. A ver: para los que no recuerden o no sepan, la canchita de La Departamental estaba ubicada en calle Emilio Civit entre Independencia y Maza, donde hoy funciona el edificio más nuevo del Poder Judicial (antes La Departamental).

El piso de la canchita era uno de los mejores de la ciudad. De tierra, por supuesto, pero parejo, algo que no caracterizaba a la mayoría, poceados al medio. Postes y travesaño eran de caño laminado redondo, una rareza ya que los arcos de las canchas de la Liga conservaban verticales y horizontales cuadrados de madera de pinotea. Justamente, los arcos daban espaldas al sur (Independencia) y al norte (Maza). Tenía cerca de 80 metros de largo por unos 40 de ancho. El límite oeste era una ligustrina petisa y raleada que separaba el campo de juego del cuartel de Bomberos.

A eso de las tres comenzaron a llegar los protagonista de la contienda; los del “A” amontonaron bicicletas y gamulanes detrás de la valla de Independencia; los del “B” lo hicieron en frente. Todos quedarían con la indumentaria con que hacían Gimnasia en el colegio: buzo azul, pantalones cortos y medias blancas y zapatillas Pampero del mismo color. Algunos privilegiados se calzaban botines Sacachispas porque jugaban en la 5ta de Deportivo Argentino, Huracán, Pedal o algún otro.

Mientras cumplían la ceremonia de Destape (y exageraban indiferencia para con los rivales) las conversaciones de los “A” y “B” eran bastante similares. Algunos (los menos) no ocultaban su fastidio por perderse el acontecimiento del siglo y otros minimizaban la cuestión.

– ¿No podríamos haber jugado otro día?

– Y… Un sábado pero los que juegan en la Liga tienen partido.

– Ahora no, pero dentro de un tiempo nos vamos a arrepentir.

– Mientras no se caiga la luna, está todo bien.

– Ojalá ande todo bien así pronto podemos mandar algunos profes lunáticos.

Otros (ahorrando controversias para el partido) hablaban de la noche del sábado.

– Te vi en Piccolo. Linda la rubiecita.

– Sí, va al Industrial Femenino.

– ¿Y? ¿Qué tal?

– No sé si es muy seria o Nariz Parada.

– Campesinos reventaba, agregaba otro tarareando y moviéndose con un brazo extendido y el otro simulando rodear una cintura. No faltaron los que ampliaron la coreo ensayando pasitos de Música en Libertad.

– Anduve por Amancay y el Nene Girala me dijo que pronto llegará el Long Play Los Preferidos a la Luna con temas de Los Iracundos, Palito, Dyango, Donald, Serrat…Imaginate.

– Hay que encargarlo ahora porque se va a agotar.

Y el fútbol no podía quedar de lado.

– ¡Che! Hoy juegan El Porvenir y Pedal.

– En Lv4 hablan del Partido de la Llegada del Hombre a la Luna.

– Propaganda, propaganda.

– ¡No! va a estar bueno.

– Mirá yo soy de Huracán pero, cada vez que puedo, voy a ver a Pedal por Cano.

– Al Rubén, San Rafael ya le queda chico.

– Hay otros buenos ¿eh? Están Spadano y el Petiso Caro y en El Porvenir Toti Pallares y el Pacha Lucero.

– Yo marco y meto. A mí me gusta Jorge Martínez. ¡Andá a pasarlo!

Los dialoguitos se van apagando. Los “A” y los “B” se encaminan cancinamente hacia la mitad de la cancha. Esa supuesta despreocupación y aire de superioridad oculta el siempre latente temor a perder. No es otra cosa. No es excesiva confianza.

Los capitanes hacen volar una moneda de cincuenta guitas por el aire, se define arco y saque y comienza a rodar una pelota de cuero que pide a gritos que no la maltraten; que la jubilen. Paradójicamente, no le van a dar pelota: falta juego, sobran patadas. Poco a poco la cosa se va calentando. Es previsible. Sale una pelota por el costado de la ligustrina y discuten para hacer el lateral.

– ¿Qué? ¿También querés sacar vos?, pregunta Oscar a Aldo.

– Bueno ¡Tomala! Responde este tirándosela por la cabeza; la réplica es una piña que no llega destino por poco. Varios intervienen para separar (¿Separar?) y en minutos se arma: todos contra todos.

Un silbato los frena; tres o cuatro bomberos los han rodeado. Uno de ellos toma la pelota y les indica que vayan hacia el gran patio (aún existe). Los hace formar y otro exige a los capitanes dar un paso al frente. Van el Dani y el Waldo (ambos arqueros), reciben una latita de sardinas y la orden de regar todo el patio solo con ella.

Se turnan para ir y volver del surtidor tratando de no derramar gota alguna y no es porque quieran cuidar el agua… Hace rato que se ha puesto oscuro, la tarea no se ha cumplido ni por asomo y, el que parece ser el jefe, indica con un ademán que se vayan. Lo hacen. Calladitas las bocas para evitar botas pateando tobillos. Hay dictadura en la Argentina.

– ¡Qué amigos! ¿no? murmuran tanto los “A” cuanto los “B”. ¡Por fin una coincidencia!

Se ponen presurosos los abrigos y ruegan que los televisores hayan hecho perder la noción del tiempo; hayan hecho olvidar los relojes.

Dedicado a todos ustedes, nuestros amigos.

Por Roberto Armando Bravo.

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