El mundo de los chicos se conmueve. Un parlante recorre las calles del centro y los barrios, anunciando un arribo de fantasía: El Circo. Y no es solo el clásico autito de la Abuela Pata con dos bocinas en el techo; integran la fila las jaulas rodantes con los animales.
Entre carromato y carromato caminan tragafuegos, tragasables, zanqueros, forzudos, mono ciclistas, payasos que hacen piruetas y otros que tocan instrumentos musicales entonando (o desentonando) las clásicas marchas militares Yanqui.
Cada tanto, aparecen bellas y gráciles muchachas bastoneras con sus llamativos Sacos con hombreras doradas y polleritas tableadas cortas.
Los pibes saben que, por varios días, la canchita no sabrá de sus hazañas futboleras. No importa: la pelota de trapo será maltratada en cualquier calle de tierra. Lo importante ahora es el Circo.
Han visto a los hombres trabajando para levantar la carpa. Realmente deben ser tipos que hombrean bolsas en la estación del ferrocarril; de lo contrario no se explica cómo pueden ser tan poderosos ¡Se parecen al hombre forzudo!
La plata alcanzará para ir una sola vez por lo que faltarán ojos y memoria para guardar tantos momentos hermosos.
Se esfuma el recuerdo que hizo presente el pasado. Hoy son hombres aquellos niños. Y también harán un esfuerzo para llevar a sus hijos al Rodas o al Soleil. Ya no vendrán animales y están de acuerdo: merecen ser libres. Además, no desaparecerán tantos perros. (¿Será verdad que los mataban para alimentar a los grandes animales?).
Se van a encargar de disimularlo muy bien pero ¡Qué lindo será ir nuevamente al Circo!
Por Roberto Armando Bravo.