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Fray Luis Beltrán: a Dios rogando…

El significado del refrán (…y con el mazo dando.) se adapta perfectamente accionar  del Sacerdote Franciscano. Porque, como buen creyente y practicante, supo que para el Cruce de Los Andes hacía falta más que fe. De modo tal que su capacidad de artesano le facilitó la fabricación de municiones, uniformes y herraduras.

El General San Martín, atento para captar las virtudes de su gente, lo puso al frente del parque y la maestranza del Ejército de Los Andes, con el grado de teniente segundo del tercer batallón de artillería.

El cura improvisó un taller y una fragua en el campamento de El Plumerillo. Implementó turnos rotativos para unos setecientos artesanos, herreros y operarios. El fraile era el primero en arremangarse y, haciendo gala de su fuerte personalidad, en medio del ruido de los martillazos sobre el yunque, debía ordenar a los gritos. Tal esfuerzo atrofió para siempre sus cuerdas vocales. El incansable religioso fundió campanas de iglesias, utensilios metálicos, rejas y herrajes, recolectados por todo Cuyo, para fabricar las piezas de artillería.

En un determinado momento, San Martín le consultó si esa artillería podría sortear los escollos que representaba el macizo andino, a lo que respondió: “Si los cañones tienen que tener alas, las tendrán”, aunque el éxito de su logística fue la mejor respuesta.

Su actuación en la batalla de Chacabuco fue brillante, aunque no menor la que le cupo tras la estrepitosa derrota de Cancha Rayada. El miso día, y con operarios chilenos, Beltrán recuperó el diezmado parque del ejército. Gracias a su empuje, los Aliados se alzaron victoriosos en la Batalla de Maipú, sellando definitivamente la independencia de Chile.

Ya en Perú, fue víctima de una injusta reprimenda pública (amenaza de fusilamiento incluida) del líder Simón Bolívar. Depresivo, se quiso suicidar con el gas de un brasero encendido. Fue salvado pero entró en un estado de demencia que lo llevó a vagar durante cinco días. Una familia se apiadó de él y, una vez recuperado, lo embarcó hacia Buenos Aires.

Vuelto a sus cabales, trabajó junto al General Juan Gregorio de Las Heras y, posteriormente, participó en la campaña al Brasil, al mando del General Carlos de Alvear, con excelente  desempeño en la gloriosa gesta de Ituzaingó el 20 de febrero de 1827.

Fue su última batalla. Con su salud muy resentida, solicitó la baja del ejército, retornó a Buenos Aires y se reencontró con su vocación originaria cumpliendo una vida de penitencia. Falleció en 1827 a los cuarenta y tres años de edad.

La de Fray Luis Beltrán es otra gran historia dentro de la extraordinaria historia que fue el Cruce de Los Andes.

Fuente: escritor Juan Pablo Bustos Thames.

Por Roberto Armando Bravo.

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