Hoy muere.
Al amanecer lo han juzgado. Decidieron condenarlo y llevarlo a Pilatos. Judas, desesperado, no supo volver con la Virgen, pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lavó las manos y mandó crucificar a Jesús. Antes, ordenó que lo azotaran.
Tiene sueño, frío, está muy golpeado. La Virgen está delante mientras le abren la piel a latigazos. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él. Jesús recorre Jerusalén con la Cruz.
Al subir al Calvado se encuentra con su Madre. Simón lo ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, lo crucificaron. Para certificar la muerte, traspasaron su cuerpo con una lanza.
Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo lo desclavaron, y dejaron el Cuerpo en manos de su Madre. Cerca de las siete lo enterraron en el sepulcro.
El Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. Pero la cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.
Hoy muere pero no es un día de llanto ni de luto. Vive en los corazones el sacrificio que hizo posible la salvación.
Por Roberto Armando Bravo.