Ya el fin de semana anterior, frente a Sportivo Balloffet, la gente copó el estadio de la Primavera.
Con un oído puesto en el receptor (para saber que pasaba con Atlético Pilares que jugaba en Monte Comán) unos 800 espectadores, ávidos de campeonato, alentaron y mucho. No pudo ser: el Naranja también triunfó y habría finalísima.
El entusiasmo no decayó y, una semana después, llegaron más de 1.800 espectadores a Huracán.
El sueño comenzó a esfumarse antes de los 20′: Atlético Pilares, contundente, había marcado tres goles. Golpe de KO para el más pintado. Pero el aliento no decayó; bajó, contagió a los jugadores que crearon tres o cuatro situaciones muy claras, aunque no convirtieron.
El aplauso para los prematuramente reemplazados demostró que la gente de Rama Caída estaba más allá del resultado.
El complemento fue impotencia adentro y apoyo decreciente afuera. Los minutos transcurrieron y, sobre el final, llegó el cuarto de los Religiosos.
Aceptando la realidad con desacostumbrada nobleza, sin un ápice de exitismo, se quedaron hasta el final para reconocer el esfuerzo de los suyos y hasta los méritos del rival.
Lentamente fueron desalojando el Gigante con la tristeza a cuestas. De a poco, fueron asumiendo que el primer campeonato de la historia quedaría para otro momento.
De cualquier modo, todos fueron conscientes de lo alto que llegó el equipo; de pensar en la permanencia, pasaron a ser Subcampeones.
Tuvieron que pasar más de veinte años (Torneo del Interior 1995) para vivir una alegría y 43 de aquel certamen no oficial (Torneo Vendimia) que lograron en 1973.
Seguramente a muchos les va a costar volver a ilusionarse aunque, siguiendo el camino trazado, más temprano que tarde gritarán la palabra atragantada (¡Campeón!).
Vendrá una primavera, sin duda. Por lo pronto merecen una felicitación por su hidalguía y entereza moral.
¡A retemplar el ánimo Rincón!
Por Roberto Armando Bravo.