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Beber

Hasta los ochenta, el tomar era una cosa de gente grande. Los jóvenes, en su mayoría, bebían gaseosas. Quienes constituían la excepción hacían durar un trago toda la noche en los bailes de confiterías, salones y casas particulares donde se festejaban casamientos, cumpleaños o malones.

Luego vinieron los años donde bajó la edad de la ingesta hasta la pre adolescencia; “la previa” aumentó las horas de consumo. No es la idea analizar ahora lo que uno cree fueron las causas. Así están las cosas y tampoco sirve para nada aquello de “todo tiempo pasado fue mejor”.

El presente indica que los chicos toman excesivamente y un primer paso sería que lo hagan en menor medida.

Tal vez lo consigan si apelan a su inteligencia. Quien bebe lo hace para disfrutar momentos, algo que no lograrán si no saben diferenciar entre degustar y tragar. Si todo va para adentro (la zoncera del “fondo blanco”) terminarán borrachos y sin posibilidades de disfrutar lo deseado.

Quienes ya tiene el hábito incorporado, pueden apelar al “método del engaño” consistente en tragar menos y en forma más esporádica o rebajando con bebidas sin alcohol.

Pero también, siempre apelando a su raciocinio, debieran formularse un par de preguntas:

¿Toman porque les gusta o porque a los demás les gusta que tomen? ¿Crecen las posibilidades de que se hagan realidad las fantasías publicitarias por un mayor consumo?

Y una reflexión: hígado, arterias y demás no están preparados para resistir tanto alcohol y las consecuencias se sufrirán en la etapa de adultos jóvenes, una de las que más se disfrutan.

Por Roberto Armando Bravo.

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