A los productores de pera les ha dado lo mismo dejarla en la planta, en el piso, alimentar a los chanchos o venderla. Es que el precio ofrecido ha sido muy bajo.
Entendible decepción de quienes hacen el esfuerzo de plantar, cuidar y cosechar. Comprensible desazón ya que, por si fuera poco, viven largos tiempos de desvelos por las inclemencias climáticas.
De todos modos, la pera vendida pasará por distintas etapas y cada eslabón de la cadena, como corresponde, tendrá su rentabilidad. El tema es cuánta. En las góndolas, los consumidores están pagando veinte veces más que lo que recibió el productor. No por reiterada la pregunta pierde vigencia: ¿Quién se queda con tamaña diferencia?
La realidad desalienta, año tras año, a los motores de las economías regionales que no son otra cosa que los pobres del campo. Como están las cosas, a lo sumo pueden aspirar a disminuir la brecha. Por ejemplo, si plantan lechuga la diferencia será de 3,48 veces y si optan por los pimientos rojos de 3,85. Son menores a las veinte veces más, aunque siempre a favor del último segmento de comercialización.
Por el bien de muchos, hay que encontrar el modo de corregir estos desfasajes que benefician a unos pocos en detrimento de la mayoría (productores y consumidores).
Por Roberto Armando Bravo.