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Atentados a la fe

Las informaciones causaron sorpresa primero, y estupor luego.

Los hechos acontecieron en un período corto de tiempo. Comenzaron con el robo de una virgencita ubicada en una pequeña Ermita de la Comisaría Octava. Días después, en el Santuario de Valle Grande, rompieron una cruz y decapitaron al busto de la Virgen, réplica situada en la parte inferior. Y hubo más: ocasionaron daños en el predio de San Expedito (Monte Comán). Como si todo eso fuera poco, luego se llevaron un copón con Hostias Sagradas de la Capilla Jesús Nazareno De Salto de Las Rosas.

El robo como móvil (algo que abunda) fue desechado por los investigadores: habían objetos de valor que no fueron tocados. De lado esa hipótesis, hay que pensar en un ataque a la fe Católica. Y con un desarrollo deliberado porque subieron la apuesta y los hechos fueron cada vez más graves.

No hay respuesta para los porqués. No puede haberla, al menos, desde la racionalidad. Descartada la posibilidad de un hecho de delincuencia común, este tampoco es un problema de credos. En su momento, Juan Pablo II unió a todos los líderes religiosos del mundo y respeto y convivencia se han mantenido.

Las agresiones exceden la fe, al punto de atentar contra el Artículo 14 de la Constitución Nacional que ampara el derecho de culto. Nada menos.

La situación es para lamentar y reflexionar. En otros ámbitos (por casos institucionales y políticos) la intolerancia ha generado posturas irreconciliables por años. Y nos han paralizado: hemos perdido más tiempo en superar las divisiones que en generar las condiciones de convivencia, indispensables para ver el país que todos decimos querer.

Por Roberto Armando Bravo.

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