Exige de una concentración que sobrepasa las fronteras de lo normal. Eso y la tensión hacen fluir la adrenalina o, dicho de otro modo, el stress. Y todo ello dentro de una situación de permanentes cambios, por los movimientos propios del juego, y de una visión acotada.
Cuando uno ve un partido desde la tribuna (con la altura a favor) la mirada es periférica; a ras del piso, acotada.
Y seguimos sumando: hay que aceptar, también, los humores de los futbolistas que cambian conforme el resultado.
En ese sentido hay que ser contemporizadorporque, de lo contrario, uno se convierte en un Javier Castrilli y ya sabemos cómo terminó por el tema de la mano dura sin concesiones.
Somos argentinos. ¿No está de acuerdo? ¡Vaya que es un tema opinable!
El fútbol sanrafaelino tuvo buenos árbitros y, entre ellos, Rafael Rosales, que detentaba conocimiento del reglamento, criterio para aplicarlo y convicción para penar su incumplimiento. Pero además, fundamentalmente, tenía “aguante”.
Rosales arbitró un Huracán-Pedal de los ’70 sorprendiendo a los de adentro y provocando extrañeza en los de afuera. ¿Tan joven y dirigió tan bien? Sí pero, además, se bancó choques impresionantes de aquellos Regionales y hasta dirigió a River Plate en el Monumental y por los puntos en un torneo de A.F.A.
Uno de los grandes méritos fue la capacidad de llevar los partidos «ahí», una virtud reservada para pocos.
Por Roberto Armando Bravo.