Hombres y mujeres que se crían observando la cultura del trabajo (y obrando en consecuencia) no quieren mucho más. Eso se llama sabiduría. No se trata de conformismo; se trata de no ambicionar desmedidamente al punto de confundir la escala de lo que realmente vale.
La desenfrenada carrera por obtener bienes materiales que, supuestamente, dan felicidad no sabe de pausas para atesorar otro tipo de bienes. La salud, por caso, no se compra en ningún lado; los afectos, tampoco.
El trabajo honesto, con pausas para enriquecer el espíritu, también permitirá el acceso a lo deseado. Pero, una vez que se obtiene, hay que cuidarlo porque no es fácil encontrarlo. Claro que, el que busca, encuentra. Algunas puertas se abren tras golpearlas. Seguro.
Se trata de no claudicar en el intento, para lo que se necesita una buena dosis de fe.
Y nunca es tarde para profesarla. Hoy, por ejemplo, es el Día de San Cayetano, protector del pan y del trabajo. La fe que lleva a agradecer o implorar cumple 346 años, nada menos.
Por algo será.
Por Roberto Armando Bravo.
HAY QUE DAR GRACIAS DIOS POR EL TRABAJO, Y PEDIR POR QUELLOS QUE NO LO TIENEN