Limpiarán de la mejor forma zapatitos o zapatillitas. Y cortaron pastito para dejarlo junto a un recipiente con agua porque “los camellos llegarán con sed”.
Esta noche les costará dormirse. Se levantarán una y otra vez “a ver si ya llegaron los Reyes Magos”. Finalmente caerán rendidos porque han probado en más de una oportunidad todos y cada uno de los juegos que les ofrece el nuevo Parque de los Niños «Dr. Euser Sticca».
Los grandes no cumpliremos con esos adorables ritos de nuestra niñez, excepto uno: el de soñar. Y no lo haremos con un autito o una muñeca (actualizamos: celular o tablet) la aspiración será global y apuntará al derecho legítimo de vivir en un mundo mejor. Un planeta con controversias para construir en reemplazo de guerras para destruir; un lugar donde los que más tienen se ocupen verdaderamente de la vida de los desposeídos con auténtico compromiso. Gente que se respete y respete al ecosistema. En definitiva: un mundo donde valga la pena vivir.
Sí; estos anhelos (y otros no menos importantes) son quiméricos.
Ahora, no pretendan quitarnos lo que nunca podrán: el derecho a soñar. Con él vigente, podremos entusiasmar a las generaciones futuras para que ayuden a recuperar el ignorado sentido humano de la vida.
Por Roberto Armando Bravo.