En los últimos tiempos es frecuente escuchar a entrenadores de fútbol decir que es complicado hacer diferencia cuando el rival se queda con uno o dos jugadores menos. Paradójicamente coincide con tiempos en que la paridad hace que se implore porque al rival de turno «le pase algo».
Algo de razón le asiste a los D.T.; lo marca la realidad de no pocos partidos donde la superioridad numérica únicamente se ve reflejada en dominio de terreno y pelota.
En principio, pareciera que hay una falencia a la hora de determinar en qué lugar se ubica al o los que sobran. ¡Por la punta, bien abierto! exclamaba el manual de otrora. Sucede que hoy son pocos los equipos que aprovechan todo el ancho de la cancha; lo demuestra cualquier foto panorámica.
Entonces, como uno no imagina a los orientadores tácticos pidiendo al árbitro que no expulse a un contrario, los piensa trabajando más imaginativamente para aprovechar las ventajas numéricas.
La historia marca muy pocos partidos donde menos han superado a más. Así, a las apuradas, uno recuerda aquella definición del Nacional 1977 cuando Independiente le igualó a Talleres (Cba.) con tres menos, en Córdoba, y se quedó con el campeonato (¡claro que tenía a Bochini-Bertoni!).
Los Diablos Rojos habían igualado el partido de ida en Buenos Aires 1-1, y fueron campeones por el gol de visitante.
Más acá en el tiempo, en el 2008 y por la Copa Libertadores, San Lorenzo le empató 2-2 a River, en Núñez, con nueve. El Ciclón había igualado 1-1 el cotejo de ida en el Nuevo Gasómetro y avanzó a semifinales gracias al gol de visitante. Muchos casos más, no hay.
Por Roberto Armando Bravo.