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Alfonsina y el mar

Por la blanda arena que lame el mar

su pequeña huella no vuelve más

un sendero solo de pena y silencio llegó

hasta el agua profunda.

Un sendero solo de penas mudas llegó

hasta la espuma.

Sabe Dios qué angustia te acompañó

qué dolores viejos calló tu voz

para recostarte arrullada en el canto de las

Caracolas Marinas.

La canción que canta en el fondo oscuro del mar

La Caracola.

Te vas Alfonsina con tu soledad

¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?

Una voz antigua de viento y de sal

te requiebra el alma y la está llevando.

Y te vas hacia allá, como en sueños,

dormida, Alfonsina, vestida de mar.

Cinco sirenitas te llevarán

por caminos de algas y de coral

y fosforescentes caballos marinos harán

una ronda a tu lado.

Y los habitantes del agua van a jugar

pronto a tu lado.

Bájame la lámpara un poco más

déjame que duerma nodriza en paz

y si llama él no le digas que estoy

dile que Alfonsina no vuelve.

Y si llama él no le digas nunca que estoy

di que me he ido.

Te vas Alfonsina con tu soledad

¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?

Una voz antigua de viento y de sal

te requiebra el alma y la está llevando

y te vas, hacia allá, como en sueños

dormida, Alfonsina, vestida de mar.

Ariel Ramírez y Félix Luna le pusieron música y poesía de fantasía, casi romántica, a un verdadero drama.

El 25 de octubre de 1938 (21 años antes que Mercedes Sosa brindará su prodigiosa voz a la composición) la poetisa Alfonsina Storni puso fin a su vida internándose en  el mar en la zona de La Perla, en Mar del Plata. La desilusión de un amor perdido y un cáncer que dolía y le había mutilado un pecho la llevaron a elegir su epílogo.

Fue el final de una crónica anunciada: Alfonsina ya había acordado morir junto con el escritor Leopoldo Lugones, amigo íntimo que se envenenó un año antes, pero a último momento desistió. Hubo otros intentos entre 1937 y 1938.

Hay otras versiones. Siempre las hay y algunas son muy respetables. Aunque, pese a cualquier versión de su suicidio, el talento de Alfonsina Storni no es un invento de la tragedia.

Por Roberto Armando Bravo.

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