El vozarrón de Rafael Vargas vibraba desde su parlante estacionado a un costado de los vestuarios de la cancha de Huracán.
Después del saludo a los miles de espectadores dijo algo más o menos así: “Señoras y señores, en esta tarde preciosa van a jugar Huracán reforzado y el club Atlético Platense de Buenos Aires. Así forma el equipo local: Bertani; Di Césare y Norberto Rodríguez; Silva, Loyola y Pedernera; Tucho Fernández, José Weber, Montes de Oca, Tau y Spósito. Los Calamares forman con Topini; Mansuetto y Schenider; Ruíz, Scardulla y Murúa; Miranda, Togneri, el mendocino Alberto Isaías Garro, el Piojo Yudica y Gennoni”.
Antes, en una ceremonia dentro del campo de juego, el padre Urquizu bendijo las nuevas instalaciones ante autoridades, dirigentes, periodistas y privilegiados. Afuera, un silencio respetuoso que luego, consumada la ceremonia, se transformó en un aplauso estruendoso y el ¡Húracán! (con acento en la u), grito de guerra de la hinchada Azuloro de entonces.
Milo Sat sabía que había marcado «el gol» de 1965 aunque el festejo era muy sereno, hasta casi disimulando la alegría. El Presidente de la institución veía concretado su idea de correr la cancha 50 metros hacia el norte.
Ello posibilitaría que, con el transcurrir del tiempo, se utilizara el espacio que quedaba en el frente del club (avenida Mitre) para realizar obras.
Así, surgirían la pileta, canchas tenis y el salón. Huracán le daba la bienvenida al progreso.
Por Roberto Armando Bravo.