Es medianoche y la inconfundible figura de Hugo Orlando Gatti cruza la plaza San Martín en dirección al centro. Ropa entallada, larga melena y una sonrisa para responder saludos.
Unos muchachos lo descubren: “¡Hola Hugo!”. Gatti se para y charla con ellos como si fueran viejos amigos. Cuando se despiden y se aleja, dicen casi a coro: “¡Qué tipo macanudo!”.
Un gigante que hizo del arco un arquito
En la primera etapa, cuando estaban 0-0, Mazzei enfiló solo hacia la mitad de la cancha, vio que Gatti abandonaba presuroso el área, agachó la cabeza para sacar un tiro por sobre el arquero, pero el Loco adivinó; volvió corriendo hacia atrás, tan rápido como había salido, la mató con el pecho y puso un pase exacto para Della Savia.
Tras un silencio propio de esos momentos que demandan un procesamiento cerebral, el Gigante de Pueblo Diamante estalló en un estruendoso y sostenido aplauso.
Además, realizó laterales, salió jugando con el pie, gambeteó algunas embestidas e hizo La de Dios (jugada de su autoría).
Hugo Orlando Gatti justificó sobradamente el pago de la entrada. Él, Della Savia y la conmovedora entrega del Globo.
Por Roberto Bravo.