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“¡Tate Queto!” (cuento corto)

La cosa era así

Siguiendo una lógica (no pregunten a qué respondía), los hijos heredaban los apodos de padres y hermanos mayores. Y hasta se daba que un hermano tuviera igual mote que su hermana…

Hay una edad donde los ojos de una muchachita comienzan a desvelar a los varoncitos. No está escrito en tiempo pasado ya que, supone uno, hoy sigue siendo igual.

Era el caso de Susanita a la que, al decir de todos, le brillaba la mirada; “le salían chispitas”.

Siempre hay uno más osado

O más Encamotado, que es el término usual que graficaba el primer enamoramiento. Esas sensaciones (muy fuertes) llevan a forzar aproximamientos y contactos torpes, por lo que al Hugo, cuando quiso tomarla de la mano, la piba lo frenó con un “¡Tate Queto!”.

El Flaco habló de su frustración en la plaza y Raúl, guiñando un ojo al resto, le preguntó “¿Así habla?”; la situación mereció la intervención del filósofo Piro que explico que, en tales circunstancias, emoción y nervios la llevaron a comerse algunas palabras. A partir de ahí,  Carlitos (hermano de Susanita) pasó a llamarse Tate Queto.

Los troncos siempre se las rebuscaban para estar

Era el caso de Carlitos. Que antes de Tate Queto lo llamáramos Caballo Loco, da idea de cómo era: bien atolondrado. Pero el Tate (vamos resumiendo) sabía ver el juego. Tenía un tío que, creo, era delegado de Atlético San Luis y le transmitía conocimientos.

Entonces, salvo cuando faltaba alguno, el Tate oficiaba de D.T. Nos decía cómo teníamos que pararnos, resaltaba virtudes y defectos de los que no nos habíamos enterado, tenía un par de jugadas para pelotas paradas (en defensa y en ataque) y, lo más importante, se daba cuenta rápido de las flaquezas de nuestros adversarios (“¡Amagá por adentro y escapá por afuera!”).

Jueves 9 de julio de 1970

Jugar la Copa Independencia era una cita de honor para los equipos de los barrios sanrafaelinos. Como era obligatorio participar del gran desfile patrio en el Centro, los partidos se jugaban a la tarde: primero, el que definía el Tercer Puesto y, de fondo, el que arrojaría el ganador (los encuentros de la Fase Clasificatoria se habían disputado el fin de semana anterior).

¡Qué generoso que es el fútbol!

Nosotros fuimos uno de los finalistas; el otro Sport Club Pueblo Soto (hoy Villa Laredo). Ellos eran más; lo sabíamos. Claro que el Tate siempre nos animaba con eso de “Once contra once” (aunque fuéramos siete contra siete), y otras motivaciones por el estilo.

Pero, como solo con la motivación no alcanza, teníamos que ser ordenados, metedores e inteligentes para sacar provecho de las pocas oportunidades que tuviéramos.

Las finales no son buenas

Ni antes ni ahora, excepción hecha de esos partidos que se abren rápido y se convierten en un ir y venir constante. Así fue aquel; no bien comenzó, el Cacho le pegó desde lejos, al arquero debió encandilarlo el sol porque se dio cuenta cuando tenía la pelota encima, la manoteó pero igual entró. 1-0 arriba City Diamond.

El festejo (un poco más tibio que la tarde, para no desconcentrarnos) duró poco: el 7, un pibe que parecía llevarla atada, nos dejó plantados como postes y definió a un rincón. Nada que hacer para Delfín: 1-1.

Luego pegamos nosotros, de pelota parada: arrastramos marcas al primer palo y el Chiche entró por el segundo para meterla de cabeza. Ahí nomás, el Tito gambeteó a dos y la cruzó muy bien: 3-1. Tres a uno y nos dormimos, por lo que el Corbata (lo habíamos bautizado sobre la marcha) se mandó otro par de apiladas, igualó, y el primer tiempo terminó 3-3.

El complemento

No fue ni por asomo lo que el primer tiempo. Nosotros y ellos (en ese orden) nos asustamos. Además, estábamos cansados: la camionada de aserrín que don Pepe había echado sobre la Pincharrata solo tapó el barro que había quedado tras la nevada del lunes 6. Final 3-3 y penales.

Los nuestros (Chiche, Tito, Cacho, Manolo y Piro) metieron los cinco. La cuestión es que ellos también habían embocado cuatro y les quedaba el último. Cuando el 7 se paró frente a la pelota, no volaba ni una mosca. Tomó carrera y el silencio absoluto se rompió cuando nuestro Gran D.T. le gritó al Delfín “¡Tate Queto!”.

Más que por convicción (pensaba que Corbata la iba a cruzar abajo, y se tiraría), nuestro arquero obedeció, se quedó quieto y, “Papita pal loro”, atajó un tirito al medio.

El final nos encontró abrazados, felices y hasta con lágrimas por la tentación de risa: a Carlitos, como a su hermana, emoción y nervios le hicieron comerse algunas palabras…

Por Roberto Armando Bravo.

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