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Señorita

Fue una de las egresadas de las primeras promociones de la Escuela Normal de San Rafael, aquellas que tenían como director y formador a Don Antonio Epifanio Díaz. Entonces, y por casi medio siglo, cursar allí la secundaria habilitaba para la docencia.

Las primeras experiencias como maestra las hizo en escuelas de distrito. ¡Qué lejos quedaba la Número 100 de Las Paredes! No había servicio de colectivos por lo que la asistencia se veía supeditada a la voluntad (siempre buena) de los finqueros que gustosos la llevaban junto a sus compañeras.

En ocasiones, con frío o calor, iban en las cajas de las chatas. Las tardes se complicaban; el retorno a casa se producía al crepúsculo porque era menor la cantidad de gente que viajaba de los distritos a la ciudad.

Luego llegaría la posibilidad de trabajar en algunas de las escuelas del centro o barrios periféricos ¡Qué alivio! ¡Más tiempo para el hogar!

No tenía auto, ni quien la llevara, por lo que el camino lo hacía a pie. De distintas casas salían nenas con trenzas o colitas y nenes bien peinaditos que la acompañaban en el trayecto.

Ya en el aula, los escolares admiraban a esa mujer tan sabia y segura; a su porte, a sus guardapolvos de tablas bien blancos y planchados.

A esa señorita, a la que no acompañaban transporte, tecnología ni informática, al final de cada jornada le esperaban las tareas de ama de casa y mamá. Los domingos no eran para pasear: la noche la sorprendía corrigiendo pruebas y preparando sus clases, mientras planchaba o hacía la comida.

Junto al reconocimiento y deseo de felicidad para las Seño y los Seño de hoy, el recuerdo de aquella Señorita de otros tiempos.

Por Roberto Armando Bravo.

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