Un equipo armado para ser protagonista, con una vocación netamente ofensiva, debe, necesariamente, contar con un goleador y, si no lo tiene, buscarlo.
Tal debe haber sido el pensamiento de Luis Rapini cuando delineaba el equipo para afrontar el campeonato 1969. Estaban Domingo Barretti, Gorrión Martínez, Hugo Sosa, Cáceres, el Titi.
El Titi era Horacio Di Menza, un pibe del club con muchas condiciones pero escaza experiencia para superar a las grandes parejas de centrales con las que contaban la mayoría de los equipos con aspiraciones de pelearla.
La idea, entonces, fue la de ir llevándolo de a poco; cuando los momentos fueran convenientes. La cuestión es que, de movida, Di Menza comenzó a perforar redes y obligó al entrenador a ponerlo asiduamente hasta darle, definitivamente, la titularidad.
Y el Titi respondió con una moneda de cambio a la que no todos tienen acceso: la del gol. Del modo que fuera, aunque, ciertamente, los suyos llevaban un toque de calidad; no solo los convertía sino que también los gestaba.
Horacio Di Menza: goleador y jugador.
Por Roberto Armando Bravo.
