Por estos tiempos, hay varias naciones cuyos habitantes duermen con un solo ojo, caminan agudizando la visión, se muestran reacios a la vida social y parecen haber perdido la alegría.
No solo eso: están temerosos, inquietos. De vivir en el primer mundo (algo así como tener todo resuelto) a dudar de seguir allí aunque, no bien surja, la idea sea rechazada. Se preguntan ¿a dónde ir? ¿Qué lugar es seguro hoy en día? En realidad, pocos.
Mirar, por ejemplo, a la vecina España les hacer recordar lo de Atocha (2004) o lo de Alemania pocos meses atrás o lo de Francia; pensar en otro continente y elegir Estados Unidos trae a su mente el desastre de las Torres Gemelas (2001).
Parte de estas generaciones tienen en su estructura genética la resistencia puesta de manifiesto por sus ancestros en las guerras convencionales. Pero el resto solo sabe vivir en paz.
Este grupo ha hecho crecer considerablemente el consumo de psicotrópicos y las consultas a psicólogos y psiquiatras.
Lo peor es que el modus operandis del terrorismo fundamentalista parece haber llegado para quedarse. La Paz, no es posible.
Por Roberto Armando Bravo.
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