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El asesinato de un obispo

Lo era para la última dictadura militar todo gesto humanitario. Si se multiplicaba, pasaba a ser una piedra puntiaguda en la bota.

A partir de marzo de 1976, a la cabeza de la nómina de exponentes de tal conducta, estaban todos aquellos que comunicaban, pecado por el que eran perseguidos, secuestrados, torturados y muertos políticos, gremialistas, periodistas, intelectuales y sacerdotes… ¿Matar un cura? Dos: El 18 de julio fueron asesinados Gabriel Longueville y Carlos De Dios Murias. Era muy cercano a ellos el obispo de La Rioja Enrique Angelelli.

No era casual: los tres direccionaban la mayor parte de sus esfuerzos hacia los más necesitados asistiéndoles espiritualmente y capacitándolos. Asimismo, transmitían a la gente las posiciones renovadoras del catolicismo. A consecuencia de ello aumentó la cantidad de sacerdotes, parroquias y fieles.

Cuando el crimen de sus pares religiosos, Angelelli encaró una lucha en soledad para que se investigara; El Nuncio Apostólico Pío Laghi hizo caso omiso a cartas suyas donde manifestaba que temía por su vida y ofrecía pruebas que comprometían a jerarcas militares. Eso derivó en un «accidente automovilístico» en La Rioja, donde pereció.

El 4 de julio de 2014, Luis Fernando Estrella y Luciano Benjamín Menéndez fueron condenados a cadena perpetua por el asesinato del Obispo. Otros acusados (Jorge Rafael Videla, Juan Carlos Romero y Albano Harguindeguy) fallecieron antes del comienzo del juicio. Pocas semanas antes de la sentencia, el Papa Francisco aportó aquellas cartas que dieron un impulso significativo a la causa.

Más atrás en el tiempo (el 4 de agosto de 2006), al cumplirse 30 años de la muerte de Angelelli, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Jorge Bergoglio, había señalado en una homilía en la catedral riojana: “Mons. Angelelli recibía pedradas por predicar el Evangelio y derramó su sangre por ello”.

Como un símbolo de la vida y obra del religioso (y la oscuridad de aquellos tiempos), en el paraje Punta de Los Llanos, a la entrada de la ciudad de Chamical, La Rioja, hay una ermita y busto del extinto para no olvidar y tropezar con la misma piedra.

Por Roberto Armando Bravo.

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