La sociedad sabe que la delincuencia juvenil es un flagelo creciente; sus efectos nocivos la dañan a diario y cada vez ganan más difusión.
Ahora, para que el mal tenga cura es necesario ir a fondo con los motivos.
Sin necesidad de un análisis especializado, se sabe que el origen está en el seno de aquellas familias que no brindan a los niños adecuada alimentación, contención y buenos ejemplos.
Aquí juegan un rol preponderante para la detección, la salud primaria y la escuela pero falta una interacción que genere diagnósticos para un posterior trabajo social, casa por casa, que verdaderamente prevenga.
Si ello funcionara, en muchos casos desaparecerían las malas juntas y la tentación de tomar caminos equivocados.
Lo bueno es que lo planteado, es posible. Absolutamente.
Por Roberto Armando Bravo.